Al disponer de un equipo por persona, alumnos y docentes tienen
acceso constante e ilimitado a la tecnología, al mismo tiempo y compartiendo
estándares comunes de software y hardware, lo cual facilita la colaboración.
Su característica principal radica en que se trata de un
sistema de distribución de tareas de arquitectura descentralizada. Esta
modalidad tiene como punto central la posibilidad de conformar una red, dentro
de la cual existen tantos nodos como participantes, los cuales tienen además
roles similares e intercambiables.
El docente, aunque en la red constituye un nodo como
cualquier otro, tiene, por definición, algunas otras responsabilidades, como
por ejemplo asegurar la igualdad del acceso a las herramientas, o trabajar en
la orientación del proceso. En nuestro medio, la importancia del docente es insoslayable,
en gran medida porque el docente debe ser el garante de la real igualdad en el
acceso al conocimiento. Esto no quiere decir, sin embargo, que el rol sea
inmodificable y no pueda ser resignificado en un futuro cada vez más cercano.
El modelo 1 a 1 ofrece la posibilidad de construir una
fuerte alternativa al más habitual laboratorio de computación, la forma
privilegiada en la que hasta el momento se han incorporado las tecnologías en
las escuelas. Este modelo de laboratorio, tradicionalmente, presenta
distribuciones espaciales como las que se muestran en los primeros dos planos.
Los modelos 1 a 1, por su parte, al poner el acento en la
movilidad, invitan a experimentar y a revisar este aspecto de las prácticas.
Por definición, la existencia de equipos portátiles promueve el movimiento al
interior del aula, de la institución, e inclusive hacia el exterior. El peso y
la forma de estos equipos favorece la implementación de nuevas distribuciones y
el uso con fines pedagógicos de espacios también novedosos. Aunque esta
afirmación parezca obvia, es este un motivo fundamental para optar por esta
modalidad, y allí radica buena parte de su potencial de cambio de las
prácticas.